lunes, 9 de agosto de 2010
EL APARTHEID
EL APARTHEID:
Ardía Troya a los ojos de Helena, mientras se hundía un transatlántico a los ojos de un capitán, así como se consumía la última tarde al compás de Reverie de Claude Debussy, tal vez no fuese la última pero la libertad de decidir que así fuera quedaba en mi y no en la mente de un poeta que se atreviere a escribir un mediocre epitafio en mi memoria.
El alumbrado se extendía sin recibir ninguna luz, ni siquiera al último farol de la esquina, donde todo lo que existía se iba hacia ningún lugar, en una vertiente donde se estancaba el final de la lluvia, de aquella que tal vez alguien evitó sobrevivir, arrojándose a una mina lodosa, donde el fango y la desesperación era el punto y aparte de las vías no gratas, hacia un pueblo en el que se perdía la ostentación para ver un número inimaginable de perros con los huesos sobresalientes, no menos notables que la necesidad de un fuerte estómago que soportara estas calumnias, esta incertidumbre que arropaba a todos los huérfanos olvidados.
El paso cedía a la agitación sin tener en cuenta las heridas que se abrían en los pies, sangrantes para recordar el camino de vuelta, de donde venimos, de esa esencia hambrienta de necesidad democrática, no obstante a pesar del dolor no podía llorar, no estaba permitido, otros estaban sin zapatos, pero yo desnuda, frente a la división de un mundo que gritaba la unión, el apartheid entre los que desbordaban en el vicio y los que contaban los días de vida, como una batalla gloriosa.
J.I.BCK
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