A mis queridos lectores:


Después de una larga creación para finalizar el nuevo proyecto I.Bck, o llevarlo a un campo abierto donde la visibilidad de mis escritos sea de mayor amplitud, con el fin de expandir mi palabra, sin importar el núcleo o las diferencias que se nos imponen. Me dirijo a ustedes, para agradecer la oportunidad de hacer oír lo que añoraba hablar y detesté callar.

Jenya I.Bck

lunes, 20 de diciembre de 2010

HOMBRE DE BIEN:


HOMBRE DE BIEN:

Una mano fría, reposaba saliente de una bañera, todavía corriendo agua en el extremo donde el círculo azul presumía la temperatura. Era primero de enero, en un motel de carretera, a unos 21 kilómetros antes de entrar en Querétaro, muy cerca de una gasolinera donde la noche del 31 Hilda compraba un cepillo de dientes junto con una pasta que había caducada, sin embargo estaba demasiado emocionada como para reparar en la fecha de caducidad.

Miguel estaba esperándola en un Challenger negro de Dodge, del 69, una de sus reliquias que había adquirido de su padre, un aficionado de los coches antiguos.

Desesperado por la tardanza de Hilda, se mordía ansiosamente las uñas, terminándose de roer la poca uña que quedaba del pulgar izquierdo, levantó el seguro empujándole la puerta para que entrara dicha señorita aparentemente sensata, con matrícula de honor en la universidad, ¿qué padre podría negarle pasar el año nuevo con sus amigas en Acapulco?.

Miguel e Hilda se habían conocido por una de las amigas de ella, Matilde, encabezaba aquel grupo femenino, que levantaba desgracia en los corazones de los universitarios. Hilda fiel a la tradición, salida de un colegio de monjas, respetaba mucho la idea de llegar virgen a un matrimonio. La presión de Matilda, ejercía a través de las burlas, sobre la conciencia de Hilda.

Miguel, prendía el motor, para echarse en reversa menos de cien metros a la entrada de aquel motel con cortinas en los compartimentos del garaje. El pelo rubio y lacio de la joven, se soltaba sedosamente de una liga, que previamente lo recogía en un moño alto, estilizando todavía más aquella figura esbelta que llamaba la atención, por donde quiera que pasara.

Él detrás de ella, se adentraban a la humedad que se palpaba en la habitación. Había espejos arriba de la cama, a los lados y donde no había lugar para el reflejo de los ojos azules hundidos de Miguel, un papel color cobre, con flores similares a la de Lis decoraban una habitación que no valía más de 100 pesos mexicanos, que se la habían cobrado por 500.

Hilda pasó al baño a lavarse los dientes, Miguel, no se tomó la molestia a pesar del cepillo que ella le había comprado. Ahí estaba con su envoltorio de cartón y plástico perfectamente colocado por si decidía hacer uso de él. Mientras ella se cepillaba el pelo con los dedos, deshaciendo los pequeños caracoles que se le formaban en las puntas, casi a la altura del ombligo, El joven se contemplaba desnudo mirando al espejo de arriba. Tenía las facciones muy finas, pero no más bonitas comparados con la carnosidad de los labios de ella.

María se intimidó frente a la desnudez de su acompañante, no esperaba la brusquedad del violento deseo que lo envolvía. Sin pudor se acercó a ella, acercándola para sí, desabrochándole la cremallera del vestido de terciopelo negro que caía con gracia un poco más debajo de la rodilla. Hilda dejaba soltar algún suspiro inocente cada vez que acercaba sus pequeños senos al torso cruel del joven de pelo corto negro perfectamente peinado de lado.

Los ojos azules se clavaban en el ombligo tendido sobre la cama que se estremecía con las yemas de los dedos de un hombre aparentemente inocente por la torpeza con la que le agarraba las manos golpeándoselas sobre el cabecero de caoba, un color desagradable, recordaba a esos ataúdes donde la tierra tragaba a los hijos de Dios. ( Una ironía, acercarlos al infierno para pretender alcanzar la elevación a la gloria, al Reino de los Cielos).

Uno de los nudillos de la princesa de aquellos padres confiados, sangró con un clavo saliente del cabecero. Miguel a pesar del grito de dolor continuaba, encontraba placer, sin embargo no distinguía si el clavo había causado ese grito celestial o su vigorosidad como hombre.

La sangre se escurría por su mano derecha, y la mancha del desprendimiento de la inocencia pintaba los vellos del pubis de Miguel, así como el trozo de sábana bajo la fusión de las caderas pálidas. Él se apartó y se estiró sobre el lado izquierdo como un traidor, mientras Hilda trataba de ocultar las lágrimas, caminando descalza sobre la moqueta marrón, donde las gotas de sangre iban trazando un camino irregular hacia el baño de azulejo blanco.

Abrió la llave del agua de la bañera, tardó al menos tres minutos en calentarse, después de haber salido restos de tierra por el grifo.

Con las mejillas rojas de las lágrimas que hacían arder el sendero del lagrimal a la comisura de los labios, se frotaba con jabón los genitales al mismo tiempo del pensamiento de odio a sí misma que le golpeaba las sienes, haciendo casi un ruido de 140 Decibelios, donde no escuchaba nada más que un tímpano chirriante.

Miguel entró al baño, con un cigarrillo a punto de consumirse, dejando rastros de ceniza pegajosos por la humedad del baño en el suelo. Hilda se giró, y lo último que vio en su lapso corto de vida, fue el plástico blanco de la tienda 24 horas de la gasolinera pegándose a su rostro.


Allí en ese tinajo, descuidado, donde podría crecer musgo tranquilamente, quedaba, flotando la colilla del cigarro. Miguel regresó nuevamente a la escena del crimen para girar la otra llave de agua fría, le quitó la bolsa, le gustaba ese tono morado que había adquirido aquella boca viva, los besó y volvió a colocarle el plástico, con el ruido forzado de las cañerías, abandonó un cuerpo, que tomó hacía más de media hora, ahora ya tieso y frágil con los poros cerrados por el frío.

El muchacho, se subió a su Challenger negro del 69, eran las ocho de la mañana cuando pasó enfrente de la casa de Hilda, el padre con su aspecto bonachón sacaba por el paseo de la Herradura a su perro, un pastor inglés. Diez minutos después llegó a su casa, después de tanto manejar, estaba muy cansado, tirándose sobre su cama perfectamente acomodada, ningún parecido guardaba con la ranciosa colcha medio tendida del motel. Un sueño profundo lo venció, tenía que dormir, un hombre de bien, no tiene tiempo de ocio, el año nuevo debería comenzarlo ayudando a su padre, negocios de familia.

J.I.Bck

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